Cuando el cielo no nos alcanza,
la tierra intenta extenderse,
acariciarnos.
Sus accidentes dejan de serlo,
se convierten en patrones
a noventa kilómetros por hora.
Nadie los dibuja,
pero se borran
y se forman.
Se borran
y se forman.
Las repeticiones
no cesan, quieren romperse,
la monotonía se quiebra,
nos dice:
“verde, azul”.
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